Opinión: «Revistas de los mundos paralelos», por Alberto Olmos

Ilustración de Jean Françoise Martin

Ilustración de Jean Françoise Martin

Creíamos que la revista Qué leer era mala hasta que cambió de director; entonces nos dimos cuenta de que sólo era como nosotros: ciclotímica, frívola en página par y discreta en página impar, humana y divina y, sobre todo, superviviente.

Antonio Iturbe y Milo J. Krmpotic estuvieron veinte años armando y desarmando en setenta y dos páginas el ego de un millón de autores, de medio millón de editores y de varios cientos de miles de reseñistas. (Seguramente me equivoco con las cifras). En la portada aparecía casi siempre el rostro de un autor de best-sellers, pero el retrato-robot de la literatura se conformaba pasando páginas, pues en una esquina hablaban de Faulkner, en un faldón de un libro de Anagrama y más allá de una novela que ni con esta atención superaría los doscientos ejemplares vendidos… En fin, se hacía lo que se podía.

Yo colaboré con ellos, haciendo crítica, durante un par de años. Cuando sobrevino el concurso de acreedores, ya llevaba algunos meses sin cobrar mis reseñas. Volví a cobrarlas. Volvió la falta de pago. Llegó la despedida y Krmpotic e Iturbe abrieron una nueva cabecera, Librújula.

En principio se pensó que Qué Leer había cerrado. Ese principio duró lo que dura un tuit escrito con las ansias de la primicia. No había cerrado, vimos en un tuit posterior, sólo había cambiado de director. Busqué su nombre en Google y Google me llevó a su cuenta de Twitter.

Si uno visita una cuenta de Twitter, el perfil visitado te indica qué personas a las que tú sigues siguen también esa cuenta. Aunque yo no siga a tal escritor, tal periodista o tal editor o sello o librería, es imposible que acceda a sus perfiles y no haya alguien de entre todos aquellos que conforman mi red que no les siga. Hablo de lectores, incluso; de autores desconocidos con nacionalidad boliviana. Pinche a quien pinche, siempre hay alguien entre mis 500 seguidos que lo sigue.

Pues bien, al nuevo director de la revista de libros más popular de España no lo seguía nadie. Nadie de entre todos mis conocidos o amigos. Esto me pareció muy inquietante.

El nuevo director no escribió a los antiguos colaboradores para decirles qué pasaba con ellos; simplemente se hizo tabula rasa y una nueva legión de reseñistas ocupó las páginas de Qué Leer. Yo asistía a todo este traspaso de poderes con interés muy alejado del rencor. Simplemente quería ver qué pasaba.

Cuando salió el primer número de la revista, le eché un ojo, así como a números posteriores. Sólo Rubén Abella me sonaba de entre las nuevas firmas. Pasaba páginas y no encontraba nada que guardara relación conmigo, esto es, con lo que yo entiendo como literatura española, ni tan siquiera con lo que yo entiendo como industria editorial española. Las caras que salían en las entrevistas, las portadas que acompañaban a las reseñas, los nombres de quienes hacían unas y otras: todo me era desconocido, intercambiable. Ni un solo libro -o casi- de Anagrama, Tusquets, Seix Barral o Random House (no digamos ya de Salto de Página o Periférica). Ni siquiera la publicidad conseguía  añadir algo a mi relato personal de lo literario, pues todo era a mis ojos cada vez más ignorantes la nueva novela de Fulano de Tal. Si mi conocimiento sobre literatura hubiera de tasarse por lo que yo era capaz de reconocer en los tres primeros números de la nueva Qué Leer, entonces yo no sabía nada de literatura.

Era como si hojeara una revista sobre cromos para niños vietnamitas.

Era, en verdad, que hojeaba una revista sobre literatura comercial.

Aunque sea perfectamente legítima -cómo no-, merece una reflexión la idea de levantar una revista de la ruina llenándola de contenidos sobre libros que venden bien. Al menos en mi experiencia personal, ninguna de aquellas personas que he conocido en mi vida que compraban Qué leer leían best-sellers; leían, de hecho, libros de Acantilado, Pre-textos o Lengua de Trapo. Es cierto que los lectores de una novedad de Pre-textos son muchos menos que los lectores del nuevo libro de EL James, pero quizá son más los que, entre aquellos, se acercarían a un quiosco a por una revista de libros. Siendo sincero, no me imagino a un lector de 50 sombras de Grey deseoso de que una revista le diga qué otros libros hay que leer, y cuándo salen y qué dice el autor sobre su nueva obra. Para eso ya tienen la publicidad, el boca a boca y los grandes pasillos iluminados del Carrefour. El lector de best-sellers siempre sabe qué best-seller hay que leer, porque es él el que convierte un libro en un best-seller al pasear un sábado por la tarde por el Carrefour.

            La apuesta o estrategia que uno vio en la nueva Qué Leer es, amén de desesperada, sumamente errónea, pues pretende servir de guía a un mundo paralelo que no se rige por las normas convencionales de la literatura, esto es, un mundo por completo ajeno al prestigio. Armar, alzar, conseguir y defender el prestigio de un autor necesita de muchas palabras, en muchos artículos y reseñas y entrevistas; confirmar el éxito de un autor de best-sellers sólo necesita de una cifra, a ser posible con seis dígitos: número de ejemplares vendidos. En este sentido (una revista sobre literatura comercial sólo debería preocuparse de incluir las portadas de los best-sellers y, debajo, sus ventas), no íbamos muy desencaminados con lo de los cromos de Vietnam.

            Dudo mucho, por tanto, que la nueva Qué leer de ese mundo paralelo donde todos los libros parecen titularse igual y llevar la misma portada venda por su parte muchos más ejemplares que la anterior, porque la minoría que lee literatura de la palabra y no literatura de la trama, que es además la minoría que compra revistas de libros, no quiere que la confirmen en sus compras veraniegas o navideñas, ni leer lo que están leyendo todos los demás, ni saber qué nueva novela ha escrito Fulano de Tal, sino asistir a la pelea auténtica de la literatura, a los intentos de varias decenas de nuevos autores por mantenerla viva y al riesgo que toman sus editores al publicarlos.

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor. Ha publicado las novelas Trenes hacia Tokio, Ejército enemigo o Alabanza, entre otras. Gestiona la web de crítica literaria malherido.com

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